
En los evangelios se nos habla mucho de amor.
Amar los unos a los otros como yo os he amado(el mandamiento de Jesús)
No hay mayor amor que dar la vida por los que uno ama.
La parábola del buen Samaritano, el viajero que encuentra un extranjero tendido en el suelo y herido, cuida de el, y se preocupa de que lo atiendan hasta que se recupere.
Hay dos esferas en las que nos movemos.
La primera reconocer que no amamos de tal manera, y que como se nos hace muy difícil pues dejarlo en el intento, amodorrándonos así en un cristianismo pobre.
La otra luchar con todas nuestras fuerzas por amar siempre de tal manera, consiguiendo lo a veces y orgullosos de ello sintiéndonos buenos.
Pero ninguna de las dos es válida.
De lo que se trata es de que tras nuestro continuo contacto con el Cristo transpiremos amor a nuestro alrededor, como los gatos llenan cada rincón de una casa con su olor.
Ser amor continuo alrededor nuestro.
Algunas personas con las que nos encontramos en la vida han llegado a ello.
Te miran y te acogen con la mirada de Jesús y te sientes arropado por una bondad grande.
Sus manos te acogen con la solidaridad de un hermano.
Su sonrisa ilumina todas las noches y heridas del alma.
El mandato nuevo de Jesús no es una ley que hay que cumplir,es a lo que tenemos que apuntar a convertirnos para todos los hombres.
Señal autentica de amor.
Estamos heridos de falta de amor, y eso lo hace más difícil, pero el amor de Dios transforma la dureza interior.
Lo conseguimos como regalo del Espíritu Santo.
Es la santidad absoluta.
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